lunes, 12 de marzo de 2012

PROLOGO AL LIBRO HOMBRES DE LEYENDA


PROLOGO

Estoy absolutamente seguro que Álvaro Becerra autor de esta magnifica obra como la mayoría de nuestros coterráneos, creerán, que me resultará muy fácil escribir este prólogo, sin imaginarse jamás lo complejo que para mi es el tema. Si aceptamos que el  asunto nuclear es Andrés Becerra, puede suponerse la señalada complejidad de la labor, porque nadie podrá pretender manejar este nombre desmembrándolo del cuerpo mismo de nuestra cultura tradicional. Debo entonces expresar mi propia concepción sobre lo segundo para poder acceder a lo primero, o, partiendo de lo primero, el nombre de Andrés Becerra, que, desde hace tiempo es nombre y símbolo, llegar al fondo del trascendental efecto logrado por el grupo social del que hizo parte en su juventud para la consolidación nacional e internacional del folclor vallenato, que hoy, según estadísticas realizadas por el diario El Tiempo, es el “primer símbolo de identidad nacional para los colombianos”.


La obra está concebida de la mejor manera que podía lograrse, por eso el lector encontrará, además de la Biografía de Becerra Morón, la de casi todos los grandes personajes de su época en la región, esto simplemente porque ninguna de ellas puede explicarse sin la otra, dada la intrincada confluencia de sus vidas alrededor de una causa común: el disfrute y la divulgación de los valores identitarios de todo el valle o “provincia”, como ellos solían llamar a la región.

El hecho sin duda más enriquecedor de una existencia como la de Andrés Becerra es haber poseído siempre la virtud (característica común a su grupo) de pertenecer a la más alta esfera social y mantener, no obstante, y con pleno gusto, total y permanente acceso a la clase popular, de la que destaca, ama y comparte sus tradiciones. No es entonces Andrés Becerra solo un hombre inteligente y académicamente culto, también es un magnifico exponente de los valores tradicionales de su escenario cultural: verseador, excelente conversador y narrador de anécdotas; dueño además del mejor manejo del buen humor a la manera de nuestra cultura.

Desde niño escuche hablar a mi mamá de la familia  Becerra Morón como algo muy especial. El padre de ella, Tomás Gregorio Hinojosa (“el compadre Tomás” del canto de Escalona) había sostenido durante toda su vida una entrañable amistad con “don Pacho Becerra”, como se le llamó siempre al padre de Andrés, aquella relación no solo tenía lo fraterno de la amistad de quienes compartían ideología política en esas épocas, sino que se extendía hasta el negocio y cuidado de ganado en las sabanas silvestres del Becerril de las primeras décadas del siglo XX. Por este motivo, el joven Andrés con sus padres y hermanos, frecuentaban y llegaron a vivir en Becerril hasta donde también había llegado mi abuelo con su familia. Andrés recuerda que el primer trago de su vida se lo hizo tomar mi abuelo, de un licor llamado “Anis 31”, fabricado en Santa Marta. Anécdotas como ésta y muchas más que escuché desde siempre, hicieron que me resultara grato tener la oportunidad de departir y hacerme amigo de Andrés Becerra. Cuando en 1981 acabando de llegar de la universidad, debí remplazarlo en el cargo de Director de la Oficina de Turismo del Cesar, cuya función principal era realizar el Festival Vallenato, al poco tiempo había confirmado ya, que en efecto el gran Andrés Becerra era un hombre formidable. Mis charlas con él se me convirtieron en un verdadero deleite y una fuente de aprendizaje de hechos políticos sociales y culturales acontecidos en la región en un pasado que yo no había vivido; pero además del rico contenido de los relatos, llamaba  la atención, la forma extraordinaria utilizada por el narrador en una mezcla de erudición, excelente memoria en los detalles y magnifico humor. A pesar de mis constantes preguntas, quizás él nunca llegó a sospechar la avidez que despertaban en mi sus narraciones que, mientras para la mayoría, eran solo los buenos cuentos de Andrés Becerra, para mi, un joven y sediento investigador, era la satisfacción de una serie de importantes incógnitas que al fin y solo mediante la amistad con este gran personaje, estaba logrando resolver. El asunto no era nada sencillo, yo venía con una concepción, gracias a mi adicción a la antropología cultural y a la historia, según la cual, nuestro folclor, como todos los demás, era de origen incuestionablemente rural y fruto de una larga y riquísima tradición. El problema surgía cuando esa concepción chocaba frontalmente con el criterio generalizado en aquella época, conforme al cual nuestra música vallenata habría sido “invención” de algunos individuos de la más alta esfera social valduparense. Cuál era entonces la verdad? La conclusión a que llegué con el tiempo y que me facilitó la elaboración de mis hoy conocidas teorías, a mi, particularmente, siempre me ha parecido positiva, dada la exquisita originalidad del hecho. Yo lo logré escuchando a Andrés Becerra como antes a mi padre; al lector ahora le resultará más fácil deducir lo mismo al escudriñar este libro.

Lo normal y corriente en las diferentes regiones del mundo, es que las tradiciones populares se opongan a los usos y costumbres de las llamadas clases altas. Del choque, siempre se ha obtenido un estéril resultado en donde pierden ambos contendientes en sacrificio de una identidad. En nuestro caso, en lugar de esto, sucedió algo trascendental e históricamente edificante y plausible. Definitivamente, la sociedad vallenata (entiéndase esta expresión como sinónimo de la organización social constituida por todos los habitantes de El Valle de Upar, o provincias de Valledupar y Padilla) no obstante poseer los antagonismos de la mayoría de las sociedades, poseyó como factor atenuador de las diferencias socioculturales, el oficio de la ganadería, común a ricos y pobres, logrando que el ganadero hiciera de sus vaqueros y corraleros, sus amigos, compadres, compañeros de parranda y no pocas veces “suegros”. Además de que, también en nuestra región, insólitamente muchos “campesinos pobres”, eran propietarios de grandes cantidades de ganado. En términos generales, el hombre vallenato fue un hombre rural, sin importar el nivel social o económico. La cultura tradicional actuó siempre como el factor de confluencia y, entre sus elementos constitutivos, se destacó la música folclórica, pues, aunque la clase alta poseía manifestaciones musicales propias del viejo continente, (Mazurcas, Fox-trot, Valses, Pasillos) esto era exclusividad de ellos, mientras con la música folclórica de la región, además de identificarse todo el pueblo, se identificaba con ella, también un selecto grupo de personajes jóvenes de la “oligarquía” valduparense. Estoy hablando de Andrés Becerra y sus amigos, grupo que en esta obra recibe la denominación de “club de amigos parranderos”. Según parece, Becerra Morón no fue el primero sino, al contrario, uno de los más jóvenes. Que suerte! la del folclor vallenato, contar con la alianza de esta selección de seres humanos diferentes a los demás de su esfera; y que maravilla! las increíbles condiciones de que estuvieron dotados.  Entre ellos hubo de todo: Desde alguien que llegaría a ser premio Nóbel de literatura y que, según narra Andrés, fue quien propuso en primera instancia la realización del Festival Vallenato, pasando por el joven Rafael Escalona Martínez quien lograría ubicarse, sin duda, entre los autores de cantos folclóricos más famosos del mundo, todo esto hasta llegar a la más joven y única mujer participante de aquella inefable selección. Ella, Consuelo Araujo Noguera, “La Cacica”, se erguiría en la incuestionable líder durante sus últimos 30 años de existencia y, pienso yo con el mayor respeto por otros criterios, que, enarbolando la bandera de la identidad vallenata simbolizada en su música, logró, a la cabeza del grupo, a que este servidor también se integró a partir de 1982, hacer de ese, nuestro folclor regional, el más destacado símbolo de identidad nacional, al tiempo que ella misma logró ubicarse entre las mujeres más sobresalientes de la historia reciente del país. No podemos ser injustos con el pasado, hacia atrás, indudablemente hay un destacado grupo de precursores. Fueron los primeros capaces de desafiar los prejuicios de su acartonada y exclusiva clase social, para decidirse por el acordeón, por la parranda, por los cantos populares. Ellos, contra toda opinión, abrieron las puertas de sus elegantes casonas a los acordeoneros y parrandearon con estos hasta el amanecer, por eso sus nombres fueron perpetuados por paseos y merengues inolvidables. Hagamos sincero honor a sus memorias: Don Tito Pumarejo Gutiérrez, El doctor Aníbal Guillermo Castro Monsalvo, El doctor Roberto Pavajeau Monsalvo, el doctor Hernando Molina Maestre, y el doctor Juan Bautista Castro Monsalvo (Juancho Castro), puede haber alguno que se nos olvide pero el que de ningún modo debe quedar fuera es Tobías Enrique Pumarejo (Don Toba) quizás el primer compositor de cantos vallenatos no originario de la clase popular, precisamente por aquel mencionado privilegio del hombre vallenato de nacer y vivir entre las labores del campo sin importar el nivel a que perteneciera. Don Toba fue jinete y trovador, dueño de un amor en cada caserío desde Patillal hasta El Copey. También el sur de nuestro Valle de Upar tuvo su representante en el famoso grupo, nadie menos que Alfonso Cotes Queruz, profesor de gramática española, guitarrista y compositor, inmortalizado tanto por las obras de su vida como por los cantos del Maestro Escalona.

Valdría la pena que las actuales generaciones se preocuparan por esclarecer las nobles causas que movieron a otra gran mujer de la clase alta valduparense, Miriam Pupo de Lacauture, para llegar a ser otra de los gestores del Festival Vallenato. Sería solamente su carácter de pianista ? O el hecho de ser hija de otro gran defensor de la cultura popular como  fue Don Oscar Pupo Martínez.

Conversar con Andrés Becerra Morón es disfrutar del relato de estos maravillosos hechos para concluir, como en mi caso, que si bien, ningún individuo en particular, en ninguna parte del mundo, merece el calificativo de padre o inventor de una cultura folclórica, por ser éste un hecho colectivo, si habrá que agradecerle eternamente al grupo de amigos de Andrés Becerra liderado por el maestro Escalona, el hecho heroico de, en lugar de rechazar lo popular, haberlo rescatado, enarbolado y magnificado (precisamente a la hora en que la mayoría de las manifestaciones culturales tradicionales del país tendían a su degradación). Cuando alguien se preocupe por investigar cual fue la razón o razones por las que lo vallenato logró prevalecer y sobrevivir muchas décadas después de que sucumbieran tantos elementos de las culturas regionales del país, tendría, necesariamente, que hallar varios factores determinantes, pero entre ellos ocupará siempre un lugar destacado, el hecho de que las tradiciones folclóricas de esta región hayan sido apoyadas y en algunos casos enarboladas por miembros de la más alta clase social. Hacia un pasado más lejano encontramos un simpático ejemplo de este hecho: Un famoso acordeonero de finales del siglo XIX y principios del XX, recordado por ancianos que entrevistamos entre 1980 y 1985, como “Don Abrahán Maestre”, era realmente un “Don”, titulo heredado del abolengo realista de su padre y abuelo. Don Abrahán Maestre, quien de verdad se enfrentó en duelo musical contra Francisco el Hombre, logrando superarlo un día cualquiera en Atánquez, había nacido en La Junta, del matrimonio habido entre Don José Antonio Maestre y Ana María Maestre; su padre era hijo de Don José Antonio Maestre y Doña Alejandrina Vergara de Maestre y este último, su abuelo, era hijo del Alferez Real Don José Vicente Maestre de Nieves Campo de Perea, realista valduparense que luego de sufrir la derrota de su causa en la guerra de independencia fue expropiado de sus bienes y expulsado de Valledupar, haciéndose miembro del grupo que luego en su huida fundarían a La Junta, la famosa cuna de Diomedes Díaz y tantos hombres célebres de nuestra sociedad.

De este tipo de personajes son representantes hoy, el Maestro Rafael Escalona y Andrés Becerra. La labor del primero es inmortal por si sola, la del segundo necesitaba de un libro como este para que jamás sea victima del olvido.

Se que nuestra sacrificada Cacica Consuelo Araujo Noguera habría sido feliz haciendo este prólogo, pues ella fue testigo de la mayoría de las cosas que aquí se dicen. Álvaro Becerra Murgas, autor de la obra e hijo del protagonista, debe disfrutar la satisfacción de honrar a su padre, al tiempo que ofrenda a nuestra cultura al perpetuar, de este modo, hechos dignos de recordar para beneficio de nuestra valiosa identidad.


                                               TOMAS DARIO GUTIERREZ HINOJOSA

1 comentario:

  1. Con orgullo y mucha alegria, recibimos otro de los trabajos intelectuales del Dr. Alvaro Beccerra Murgas, quien como un gran hombre de bien ha realizado uno de los mas valiosos suenos escribir no solo un libro sino mucho mas... que la sabiduria sea ejemplo para las personas que alcancen a obtener y leer este ejemplar que sin duda traera, conocimiento, riqueza costumbrista y mucha alegria propios del autor.... Gracias compadre por su esfuerzo y muchos exitos.....
    Desde Houston, TX EstherCristina Canales

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