PROLOGO
Estoy
absolutamente seguro que Álvaro Becerra autor de esta magnifica obra como la
mayoría de nuestros coterráneos, creerán, que me resultará muy fácil escribir
este prólogo, sin imaginarse jamás lo complejo que para mi es el tema. Si
aceptamos que el asunto nuclear es
Andrés Becerra, puede suponerse la señalada complejidad de la labor, porque
nadie podrá pretender manejar este nombre desmembrándolo del cuerpo mismo de
nuestra cultura tradicional. Debo entonces expresar mi propia concepción sobre
lo segundo para poder acceder a lo primero, o, partiendo de lo primero, el
nombre de Andrés Becerra, que, desde hace tiempo es nombre y símbolo, llegar al
fondo del trascendental efecto logrado por el grupo social del que hizo parte
en su juventud para la consolidación nacional e internacional del folclor
vallenato, que hoy, según estadísticas realizadas por el diario El Tiempo, es
el “primer símbolo de identidad nacional para los colombianos”.
La obra está concebida de la mejor
manera que podía lograrse, por eso el lector encontrará, además de la Biografía
de Becerra Morón, la de casi todos los grandes personajes de su época en la
región, esto simplemente porque ninguna de ellas puede explicarse sin la otra,
dada la intrincada confluencia de sus vidas alrededor de una causa común: el
disfrute y la divulgación de los valores identitarios de todo el valle o
“provincia”, como ellos solían llamar a la región.
El hecho sin duda más enriquecedor de
una existencia como la de Andrés Becerra es haber poseído siempre la virtud
(característica común a su grupo) de pertenecer a la más alta esfera social y
mantener, no obstante, y con pleno gusto, total y permanente acceso a la clase
popular, de la que destaca, ama y comparte sus tradiciones. No es entonces
Andrés Becerra solo un hombre inteligente y académicamente culto, también es un
magnifico exponente de los valores tradicionales de su escenario cultural:
verseador, excelente conversador y narrador de anécdotas; dueño además del
mejor manejo del buen humor a la manera de nuestra cultura.
Desde niño escuche hablar a mi mamá de la
familia Becerra Morón como algo muy
especial. El padre de ella, Tomás Gregorio Hinojosa (“el compadre Tomás” del
canto de Escalona) había sostenido durante toda su vida una entrañable amistad
con “don Pacho Becerra”, como se le llamó siempre al padre de Andrés, aquella
relación no solo tenía lo fraterno de la amistad de quienes compartían
ideología política en esas épocas, sino que se extendía hasta el negocio y
cuidado de ganado en las sabanas silvestres del Becerril de las primeras
décadas del siglo XX. Por este motivo, el joven Andrés con sus padres y
hermanos, frecuentaban y llegaron a vivir en Becerril hasta donde también había
llegado mi abuelo con su familia. Andrés recuerda que el primer trago de su
vida se lo hizo tomar mi abuelo, de un licor llamado “Anis 31”, fabricado en
Santa Marta. Anécdotas como ésta y muchas más que escuché desde siempre,
hicieron que me resultara grato tener la oportunidad de departir y hacerme
amigo de Andrés Becerra. Cuando en 1981 acabando de llegar de la universidad,
debí remplazarlo en el cargo de Director de la Oficina de Turismo del Cesar,
cuya función principal era realizar el Festival Vallenato, al poco tiempo había
confirmado ya, que en efecto el gran Andrés Becerra era un hombre formidable.
Mis charlas con él se me convirtieron en un verdadero deleite y una fuente de
aprendizaje de hechos políticos sociales y culturales acontecidos en la región
en un pasado que yo no había vivido; pero además del rico contenido de los
relatos, llamaba la atención, la forma
extraordinaria utilizada por el narrador en una mezcla de erudición, excelente
memoria en los detalles y magnifico humor. A pesar de mis constantes preguntas,
quizás él nunca llegó a sospechar la avidez que despertaban en mi sus
narraciones que, mientras para la mayoría, eran solo los buenos cuentos de
Andrés Becerra, para mi, un joven y sediento investigador, era la satisfacción
de una serie de importantes incógnitas que al fin y solo mediante la amistad
con este gran personaje, estaba logrando resolver. El asunto no era nada
sencillo, yo venía con una concepción, gracias a mi adicción a la antropología
cultural y a la historia, según la cual, nuestro folclor, como todos los demás,
era de origen incuestionablemente rural y fruto de una larga y riquísima
tradición. El problema surgía cuando esa concepción chocaba frontalmente con el
criterio generalizado en aquella época, conforme al cual nuestra música
vallenata habría sido “invención” de algunos individuos de la más alta esfera
social valduparense. Cuál era entonces la verdad? La conclusión a que llegué
con el tiempo y que me facilitó la elaboración de mis hoy conocidas teorías, a
mi, particularmente, siempre me ha parecido positiva, dada la exquisita
originalidad del hecho. Yo lo logré escuchando a Andrés Becerra como antes a mi
padre; al lector ahora le resultará más fácil deducir lo mismo al escudriñar
este libro.
Lo normal y corriente en las
diferentes regiones del mundo, es que las tradiciones populares se opongan a
los usos y costumbres de las llamadas clases altas. Del choque, siempre se ha
obtenido un estéril resultado en donde pierden ambos contendientes en
sacrificio de una identidad. En nuestro caso, en lugar de esto, sucedió algo
trascendental e históricamente edificante y plausible. Definitivamente, la
sociedad vallenata (entiéndase esta expresión como sinónimo de la organización
social constituida por todos los habitantes de El Valle de Upar, o provincias
de Valledupar y Padilla) no obstante poseer los antagonismos de la mayoría de
las sociedades, poseyó como factor atenuador de las diferencias
socioculturales, el oficio de la ganadería, común a ricos y pobres, logrando
que el ganadero hiciera de sus vaqueros y corraleros, sus amigos, compadres,
compañeros de parranda y no pocas veces “suegros”. Además de que, también en
nuestra región, insólitamente muchos “campesinos pobres”, eran propietarios de
grandes cantidades de ganado. En términos generales, el hombre vallenato fue un
hombre rural, sin importar el nivel social o económico. La cultura tradicional
actuó siempre como el factor de confluencia y, entre sus elementos
constitutivos, se destacó la música folclórica, pues, aunque la clase alta
poseía manifestaciones musicales propias del viejo continente, (Mazurcas,
Fox-trot, Valses, Pasillos) esto era exclusividad de ellos, mientras con la
música folclórica de la región, además de identificarse todo el pueblo, se
identificaba con ella, también un selecto grupo de personajes jóvenes de la “oligarquía”
valduparense. Estoy hablando de Andrés Becerra y sus amigos, grupo que en esta
obra recibe la denominación de “club de amigos parranderos”. Según parece,
Becerra Morón no fue el primero sino, al contrario, uno de los más jóvenes. Que
suerte! la del folclor vallenato, contar con la alianza de esta selección de
seres humanos diferentes a los demás de su esfera; y que maravilla! las
increíbles condiciones de que estuvieron dotados. Entre ellos hubo de todo: Desde alguien que
llegaría a ser premio Nóbel de literatura y que, según narra Andrés, fue quien
propuso en primera instancia la realización del Festival Vallenato, pasando por
el joven Rafael Escalona Martínez quien lograría ubicarse, sin duda, entre los
autores de cantos folclóricos más famosos del mundo, todo esto hasta llegar a
la más joven y única mujer participante de aquella inefable selección. Ella,
Consuelo Araujo Noguera, “La Cacica”, se erguiría en la incuestionable líder
durante sus últimos 30 años de existencia y, pienso yo con el mayor respeto por
otros criterios, que, enarbolando la bandera de la identidad vallenata
simbolizada en su música, logró, a la cabeza del grupo, a que este servidor
también se integró a partir de 1982, hacer de ese, nuestro folclor regional, el
más destacado símbolo de identidad nacional, al tiempo que ella misma logró
ubicarse entre las mujeres más sobresalientes de la historia reciente del país.
No podemos ser injustos con el pasado, hacia atrás, indudablemente hay un
destacado grupo de precursores. Fueron los primeros capaces de desafiar los
prejuicios de su acartonada y exclusiva clase social, para decidirse por el
acordeón, por la parranda, por los cantos populares. Ellos, contra toda
opinión, abrieron las puertas de sus elegantes casonas a los acordeoneros y
parrandearon con estos hasta el amanecer, por eso sus nombres fueron
perpetuados por paseos y merengues inolvidables. Hagamos sincero honor a sus
memorias: Don Tito Pumarejo Gutiérrez, El doctor Aníbal Guillermo Castro
Monsalvo, El doctor Roberto Pavajeau Monsalvo, el doctor Hernando Molina
Maestre, y el doctor Juan Bautista Castro Monsalvo (Juancho Castro), puede
haber alguno que se nos olvide pero el que de ningún modo debe quedar fuera es
Tobías Enrique Pumarejo (Don Toba) quizás el primer compositor de cantos
vallenatos no originario de la clase popular, precisamente por aquel mencionado
privilegio del hombre vallenato de nacer y vivir entre las labores del campo
sin importar el nivel a que perteneciera. Don Toba fue jinete y trovador, dueño
de un amor en cada caserío desde Patillal hasta El Copey. También el sur de
nuestro Valle de Upar tuvo su representante en el famoso grupo, nadie menos que
Alfonso Cotes Queruz, profesor de gramática española, guitarrista y compositor,
inmortalizado tanto por las obras de su vida como por los cantos del Maestro
Escalona.
Valdría la pena que las actuales
generaciones se preocuparan por esclarecer las nobles causas que movieron a
otra gran mujer de la clase alta valduparense, Miriam Pupo de Lacauture, para
llegar a ser otra de los gestores del Festival Vallenato. Sería solamente su
carácter de pianista ? O el hecho de ser hija de otro gran defensor de la
cultura popular como fue Don Oscar Pupo
Martínez.
Conversar con Andrés Becerra Morón es
disfrutar del relato de estos maravillosos hechos para concluir, como en mi
caso, que si bien, ningún individuo en particular, en ninguna parte del mundo,
merece el calificativo de padre o inventor de una cultura folclórica, por ser
éste un hecho colectivo, si habrá que agradecerle eternamente al grupo de
amigos de Andrés Becerra liderado por el maestro Escalona, el hecho heroico de,
en lugar de rechazar lo popular, haberlo rescatado, enarbolado y magnificado
(precisamente a la hora en que la mayoría de las manifestaciones culturales
tradicionales del país tendían a su degradación). Cuando alguien se preocupe
por investigar cual fue la razón o razones por las que lo vallenato logró
prevalecer y sobrevivir muchas décadas después de que sucumbieran tantos
elementos de las culturas regionales del país, tendría, necesariamente, que
hallar varios factores determinantes, pero entre ellos ocupará siempre un lugar
destacado, el hecho de que las tradiciones folclóricas de esta región hayan
sido apoyadas y en algunos casos enarboladas por miembros de la más alta clase
social. Hacia un pasado más lejano encontramos un simpático ejemplo de este
hecho: Un famoso acordeonero de finales del siglo XIX y principios del XX,
recordado por ancianos que entrevistamos entre 1980 y 1985, como “Don Abrahán
Maestre”, era realmente un “Don”, titulo heredado del abolengo realista de su
padre y abuelo. Don Abrahán Maestre, quien de verdad se enfrentó en duelo
musical contra Francisco el Hombre, logrando superarlo un día cualquiera en
Atánquez, había nacido en La Junta, del matrimonio habido entre Don José
Antonio Maestre y Ana María Maestre; su padre era hijo de Don José Antonio
Maestre y Doña Alejandrina Vergara de Maestre y este último, su abuelo, era
hijo del Alferez Real Don José Vicente Maestre de Nieves Campo de Perea,
realista valduparense que luego de sufrir la derrota de su causa en la guerra
de independencia fue expropiado de sus bienes y expulsado de Valledupar,
haciéndose miembro del grupo que luego en su huida fundarían a La Junta, la
famosa cuna de Diomedes Díaz y tantos hombres célebres de nuestra sociedad.
De este tipo de personajes son
representantes hoy, el Maestro Rafael Escalona y Andrés Becerra. La labor del
primero es inmortal por si sola, la del segundo necesitaba de un libro como
este para que jamás sea victima del olvido.
Se que nuestra sacrificada Cacica
Consuelo Araujo Noguera habría sido feliz haciendo este prólogo, pues ella fue
testigo de la mayoría de las cosas que aquí se dicen. Álvaro Becerra Murgas,
autor de la obra e hijo del protagonista, debe disfrutar la satisfacción de
honrar a su padre, al tiempo que ofrenda a nuestra cultura al perpetuar, de
este modo, hechos dignos de recordar para beneficio de nuestra valiosa
identidad.
TOMAS DARIO GUTIERREZ HINOJOSA
Con orgullo y mucha alegria, recibimos otro de los trabajos intelectuales del Dr. Alvaro Beccerra Murgas, quien como un gran hombre de bien ha realizado uno de los mas valiosos suenos escribir no solo un libro sino mucho mas... que la sabiduria sea ejemplo para las personas que alcancen a obtener y leer este ejemplar que sin duda traera, conocimiento, riqueza costumbrista y mucha alegria propios del autor.... Gracias compadre por su esfuerzo y muchos exitos.....
ResponderEliminarDesde Houston, TX EstherCristina Canales